Esta será una nueva etapa en la vida de los atlanticenses: Verano
Ya puedes caminar encima del tristemente célebre boquete, y pasar por donde se regaba el agua que inundó 5 municipios del sur del Atlántico. Puedes ver los chorros que se siguen filtrando, aquí y allá, entre los bolsones de arena que procuran cerrarle el paso a la corriente del Canal del Dique.
Son las 4:30 de la tarde. El sol le pega de frente a Eduardo Escobar, un soldador que desde las 5 de la mañana ha estado trabajando sobre este tren de 240 metros de bolsas blancas, encauzadas por un esqueleto de varillas y pilotes de acero.
La cara morena del barranquillero de 32 años se ha tornado roja, como el fuego con que da los últimos puntos de sutura, para sanar la herida que derramó miseria en los hogares de más de 150 mil atlanticenses. “Es para reforzar la estructura metálica, pero ya esto está listo”.
Aún falta llenar a tope, con las bolsas, tres de las celdas formadas por el esqueleto de varillas. Para que la herida cicatrice, deje de manar, y sane del todo, otros “seguirán trabajando en la cuestión de la filtración”.
La súper grúa está depositando bolsas aún más grandes en los costados de la estructura, para este propósito. Bajo la fugaz sombra de su brazo mecánico, Eduardo descansa un rato. Ya podrá volver a casa, con sus 3 hijos. Por mes y medio ha dormido en un hotel en Suan, y la emergencia apenas le ha dejado tiempo para darse “escapaditas de 2 a 3 horas, verlos y regresarme”.
Un sacrificio que resulta minúsculo, cuando cae en cuenta que está “ayudando a personas que perdieron todo. Es un orgullo. Da la fuerza de voluntad para hacerlo todo”. Usa guantes y botas rugosas para pasar brincando entre la red de barras. Un flotador de seguridad le rodea el pecho, pero nunca se le ocurrió traer bloqueador solar a su trabajo en la zona de crisis. “Ya el sol ni me hace”.
A medida que obreros y máquinas van robusteciendo la barrera, sellando mejor la brecha en el kilómetro 3 de la vía Calamar-Santa Lucía, las goteras hacia el Sur corren cada vez más dóciles. Y la zona de crisis va dejando de serlo. Viene aquí a pescar y pasar el día gente como Aldo Ariza, haciendo equilibrio entre los barrotes tipo parque infantil. “La gente está tranquila, el peligro ya pasó”. No para los pescados.
Las inundaciones obligaron a Aldo, 47 años, a abandonar su trabajo como conductor, y convertirse en pescador. De repente, “con todo el terreno anegado no había nada que transportar, ni ladrillos ni ganado”. Hoy vino a ver “cómo iban los trabajos”. Bajo su sombrero de paja, resume con una contradictoria pero clarísima precisión el estado de la situación: “falta tapar las filtraciones, pero ya está tapao”.
Con el argumento de “venir a ver”, Aldo se trajo su atarraya y se quedó, como otros 4 pescadores a lo largo de la estructura. Lleva una hora arrojándola desde las bolsas de arena, hacia el lado inundado. Ha cogido 20 pescados: un bagre que podrá vender a $7 mil, y arencas que se compran de a 10 por $2 mil. Las presas son fáciles. “El pescao está buscando por donde salir”, y el corredor son esas filtraciones que menciona.
Aunque parezca beneficiarse, en el fondo desearía volver tras el timón. “Ojalá culminen esta obra, a ver como sacan esta agua. Eso es lo que nos interesa”. Aldo vino con el mayor de sus tres hijos, Jeremy, de 15 años. Él se encarga de arrancar los pescados de la red y guardarlos en un balde. Su padre preferiría verlo estudiando.
Jeremy debería haber iniciado ya 11 grado en el Bachillerato Mixto de Suan, todavía usado como albergue por familias damnificadas. No tiene ni idea de cuándo comenzarán las clases; de cuándo la cotidianidad de exámenes y tareas desplazará de su memoria el recuerdo de estas vacaciones atípicas, empantanadas por la tragedia. Un panorama que aún no se aclara, pese al cierre del boquete.
Mientras llega el día, el lugar del desastre cobra más vida y color. Se vuelve más atractivo para Jeremy o cualquiera. Abajo, a un lado de las retroexcavadoras, se ha formado una playa. El agua es tersa, y todo el día la surcan canoas y bandadas de patos y gansos. En las orillas, cuelgan de palos secos los frutos tornasolados de los pescadores. Al fondo, el sedimento dibujó un paisaje de oasis desérticos. Ya puedes veranear en la que, sin duda, se conocerá como Playa Boquete. Hasta que se seque.
Fuente: https://www.elheraldo.co/local/esta-sera-una-nueva-etapa-en-la-vida-de-los-atlanticenses-verano